viernes, 17 de enero de 2014

Documental " Malta Radio"

Ayer viernes, los alumnos de 3º de la ESO del IES Guadarrama asistieron a la proyección del documental  "Malta Radio" que cuenta la historia de unos pescadores que se convierten en la tabla de salvación de un grupo de 51 inmigrantes procedentes de Eritrea. La tripulación del "Francisco y Catalina" decidió compartir lo poco que tenían con los inesperados pasajeros, enfrentándose así incluso a la ley. Manuel Menchón, director del documental, ha charlado con los alumnos sobre los hechos narrados en "Malta Radio". El documental ha gustado mucho y en el coloquio posterior ha habido un montón de preguntas cuyas respuestas por parte del director han sido tan interesantes como la propia película. Hablando de la aventura que tuvieron que acometer los inmigrantes, desde que salieron de sus aldeas hasta que llegaron más de un año después a Europa, ha surgido varias veces la palabra "héroes" , entonces he recordado un artículo que escribí hace unos años para la revista "Aguasal" que, con los inmigrantes como protagonistas, también titulé "Héroes".



Si quieres ver el documental entra en esta dirección:http://www.youtube.com/watch?v=Tpr7pas0xbw


HEROES

Los niños admiran a los héroes de los cómics y el cine pues realizan hazañas prodigiosas, proezas extraordinarias, pero para ello cuentan con grandes superpoderes: algunos vuelan, otros tienen una fuerza inconmensurable y en general todos poseen un don sin igual. Yo admiro a otro tipo de héroes que tienen mucho más mérito pues realizan grandes hechos sin tener ningún poder sobrehumano, es más carecen de habilidades que son normales para la mayoría de nosotros: me refiero a los hombres y mujeres que cruzan el mar sin saber nadar, que llegan a un país sin conocer la tierra y que se dirigen a otros hombres sin saber su lengua, me refiero a los emigrantes. También los españoles fuimos héroes que abandonaron su hogar y buscaron un lugar de promisión, y no me refiero a la época de los Grandes Descubrimientos, que también, sino a los que en los años 40, 50 y 60 iniciamos un gran éxodo hacia otros países. Pero si los conquistadores españoles cruzaron el océano en carabelas en busca de aventura y riqueza, los héroes de la actualidad lo hacen en pateras y cayucos y tan sólo pretenden seguridad y un trozo de pan. Si aquellos perseguían el "Nuevo Mundo" estos buscan tan sólo un mundo nuevo.

En 1953, cuando acabé la mili, también yo quise buscar un mundo nuevo para mí y decidí que no volvería al pueblo. Aunque amaba Bayuela con todas mis fuerzas no regresaría para trabajar en el campo donde sólo me esperaba una vida precaria y dura. Decidí marcharme de España durante algunos años y conseguir el dinero necesario para cambiar el rumbo de mi vida. Emigré a Alemania, a Heidelberg, donde un amigo del pueblo me había conseguido un trabajo en una de las muchas imprentas que había en la ciudad, allí se encontraba la universidad más antigua de Alemania y desde los tiempos de Gütenberg se venían editando libros.

Durante los primeros meses me sentía extraño, desarraigado, como un desterrado sin falta, como un proscrito sin culpa. Paseaba por las calles de Heidelberg como si fuera un fantasma y sus casas tan sólo un decorado sombrío, sin interesarme nada de lo que me rodeaba ni importarme nada de lo que ocurría, y eso que era una ciudad maravillosa y romántica llena de vida y energía. Pero yo en los primeros meses no disfruté de la ciudad, ni de la experiencia de conocer otra cultura y otras gentes, mi mente estaba desconcertada y no sabía a que atenerse pues aunque mi cuerpo estaba allí, mi corazón se encontraba muy lejos, ondeando en algún lugar de Bayuela, desolado y triste, como una bandera a media asta.
Deambulaba por Heidelberg y aunque sus calles, repletas de tiendas, restaurantes y librerías estaban pobladas de estudiantes alegres y amables comerciantes yo me encontraba terriblemente solo y fuera de sitio. Me aparté del flujo de la calle principal, la HauptStrasse, que era peatonal y estaba llena de gente, y alejándome del bullicio pasé por delante de la Iglesia católica del Santo Espirito, con su portada barroca soberbia y su altivo campanario. Escuché la música sosegada y dulce de un órgano y seducido por su melodía entré en el recinto. Allí, por primera vez desde que llegué a Alemania, me sentí confiado y seguro, me sentí protegido por aquellos altos muros y aquellas iluminadas vidrieras, al fin y al cabo todas las iglesias tienen un aire familiar, con semejantes imágenes y parecidos símbolos. Me pareció que iban a empezar los oficios así que me senté. No entendía las palabras pero conocía el ritual, así que me deje llevar por la corriente tranquilizadora del sermón. El hombre es un animal de costumbres y necesita del protocolo para sentirse seguro, requiere de la liturgia para creer que lo efímero es eterno y que algo de nuestra vida insignificante durará para siempre. Además estaba la música, que es la lengua universal del alma, el idioma del espíritu, no me hacía falta entender el alemán, comprendía lo que se decía.

Después de un año allí llegaron las vacaciones de Navidad. Algunos compatriotas marcharon a España para pasar aquellas fechas con la familia, me animaron a que les acompañara pero yo no quise, sabía que si me iba no volvería.
En la Casa de España aquella Nochevieja, embriagado por el vino tinto y la nostalgia, sentí una tristeza infinita. La orquesta tocaba un pasodoble y la gente bailaba animada pero mientras mis ojos se afligían. Si en la verbena del pueblo aquella música me sabía a optimismo y felicidad ahora, fuera de España, tenía un gusto extremadamente amargo. Debería estar prohibido tocar pasodobles en el extranjero pues se convierten en el himno de la melancolía, en la banda sonora de la añoranza.

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